Castro, Rosalía de

¡ADIÓS!

Adiós, montes y prados, iglesias y campanas,
adiós, Sar y Sarela, cubiertos de enramada,
adiós, Vidán alegre, molinos y hondonadas,
Conxo, el de claustro triste y soledades plácidas,
San Lourenzo, escondido cual nido entre las ramas,
Balvís, para mí de tan profundas remembranzas,
Santo Domingo, donde cuanto quise descansa,
-vidas de mi vida, pedazos de las entrañas-,
y vosotras, sombrías paredes solitarias
que me visteis llorar tan sola y desventurada;
adiós, sombras queridas; adiós, sombras odiadas;
otra vez vaivenes de fortuna
para lejos me arrastran.

Cuando vuelva, si vuelvo, todo estará do estaba,
los mismos montes negros, las mismas alboradas,
del Sar y del Sarela, mirándose en las aguas,
los mismos campos verdes, las mismas torres pardas,
la catedral severa oteando lontananzas.
Mas lo que ahora dejo, como una fuente mansa,
en frescura de vida, sin tempestad ni lágrimas,
¡cuánto, al retornar yo, víctimas de la mudanza,
habrán de prisa andado por sendas de desgracia!
Mas yo..., yo, ¡nada temo en el mundo,
que la muerte me tarda!