Kafka, Frank


Allí vivió sus últimos días, por excepción felices, aquel hombre de clarividencia dolorosa, según mi profesor el más grande (a mucha distancia del segundo) escritor contemporáneo. Los pasó con la mujer a la que amaba, 20 años más joven que él, sumido en una pobreza tan extrema que su compañera, Dora Dymant, le cocinaba en una lata de conservas que calentaba sobre un infiernillo. Eran los tiempos de la hiperinflación...
Pero allí, en la Grünewaldstrasse, Kafka saboreó la dulzura de la vida, lejos al fin de su odiada Praga, exento del rutinario trabajo como jurista en el que había desperdiciado (o así lo sentía él) las energías de su juventud, entregado nada más que a la escritura, el paseo y la lectura...
Allí, en fin, tenía el encargo de mi profesor de leer estos versos, los únicos que según él se conservan de Kafka, pese al título que le otorga la lápida austriaca, y que recité como mejor supe:
 Vamos y venimos,
nos separamos
y, a menudo, no volvemos a vernos.

Así es Kafka, según mi profesor: sencillo, insondable y siempre oportuno.

"Niños feroces" (2011), Lorenzo Silva.

Cuando una mañana se despertó, Gregorio Samsa, depués de un sueño agitado, se encontró en su cama transformado en un espantoso insecto.
Comienzo de "La metamorfosis" (1915).

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