Eco, Umberto


Yo prefería estar solo y leer. Mi padre recibía en su suscripción desde París Le Constitutionnel, donde había salido por entregas El judío errante de Sue, y naturalmente devoré aquellos fascículos. Y allí me enteré de cómo la infame Compañía de Jesús sabía tramar los crímenes más abominables para apoderarse de una herencia, conculcando los derechos de los desheredados y de los buenos. Y junto a la desconfianza hacia los jesuitas, aquella lectura me inició en las delicias del folletín: en la buhardilla encontré una caja de libros que mi padre, evidentemente, había sustraído al control del abuelo e (intentando yo también mantener oculto al abuelo ese vicio solitario) me pasaba tardes enteras dejándome los ojos con Los misterios de París, Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo...

Lleva un poco de tiempo, pero los placeres de la cocina empiezan antes que los del paladar, y preparar quiere decir pregustar, como estaba haciendo yo, todavía remoloneando en la cama. Los necios necesitan tener bajo las mantas a una mujer, o a un chicuelo, para no sentirse solos. No saben que el que se le haga a uno la boca agua es mejor que una erección.


Es extraño, es como si tuviera nostalgia de los judíos. Los echo de menos. Desde mi juventud, he construido, quisiera decir lápida a lápida, mi cementerio de Praga...

"El cementerio de Praga" (2011)

Umberto Eco (1932) hace un repaso irónico de creencias, odios, estereotipos... Lo que importa es lo que se haga creer a los demás, no tanto la realidad, nada es lo que parece y se nos imponen ciertas imágenes y tópicos que se transmiten sin reflexión. Difama que algo queda, es fácil construir prejuicios contra los demás. Novela de caricaturas, curiosidades y caprichos eruditos. Eco acaba parodiándose a sí mismo.

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